El relato que a continuación os dejo, fue el primer ejercicio del
taller literario creado por Gabriel Martín Cuvillas Pérez (@Gamacupe, en
Twitter) #TallerLetrasyErroresCompartidos. Aunque dejé el curso, creí “de ley”
compartir el texto escrito para la ocasión. Debíamos inventar una historia
anclada en el presente de un personaje mudo. Espero que os guste…
Un día cualquiera.
Es lunes. Como ocurre a diario,
al sonar el despertador, Paloma abre unos ojos legañosos, revisa los mensajes del
móvil, se despereza y se levanta, con desgana, de la cama.
Va al baño, se lava la cara
(tratando de terminar de espabilarse) y desayuna. Afronta el comienzo de semana
de una manera un tanto extraña. Por un lado, se muere de ganas de ver a sus
pequeños (es maestra de vocación y disfruta sobremanera de su trabajo), pero
por otro lado, sabe que el trimestre llega a su fin y las evaluaciones la van a
tener más entretenida de lo que piensa. Odia la burocracia. Mucho. No entiende
cómo solicitan tanto y tanto papeleo cuando en la vida escolar diaria lo que de
verdad necesitan los pequeños no es tanta letra sino más apoyos tecnológicos y
humanos. En fin… no queda más remedio que lidiar con aquéllo, de manera que se lava
los dientes, se peina, se pinta los labios con un simple protector labial y
adorna con algo de rímel sus ojos, pensando así, que no se verán demasiado sus
incipientes ojeras.
Nuestra protagonista roza el
medio siglo. Es morena (de tez y cabello), con ojos grandes color avellana y
cansada mirada vivaz. Mide cerca del metro setenta y, para la edad que tiene,
se puede considerar que está en forma. Vive con su mujer, Rebeca, en una
pequeña ciudad costera y en una perpetua luna de miel. Se adoran.
Mira el reloj con nerviosismo. Pese
a dejar las cosas preparadas para ir a la escuela desde la noche anterior,
siempre acaba acelerada por entretenerse con nimiedades. Hoy fue sacar el
lavavajillas para que Rebeca no tenga que hacerlo al llegar de su guardia
nocturna en el hospital. Es médico. Le deja preparada una bonita nota en la
mesa de la cocina, junto a la taza de desayuno favorita de su mujer y se va a
trabajar.
Bajando en el ascensor, se encuentra
con Isabel, su vecina del cuarto. Le sonríe y ante la pregunta de ésta acerca
de cómo está, Paloma levanta el pulgar en señal de “todo está ok” y sonríe de
nuevo, en agradecimiento.
Se dirige al parking, sito en la
acera frente a su casa y, ya en el coche, pone su música favorita a todo
volumen esperando despertarse del todo.
Llega al colegio. Es un centro público
ordinario, con un aula específica para mudos. Se trata de un proyecto pionero
que están probando este curso escolar; hasta la fecha, los resultados son francamente
positivos. Es tutora de un grupo de 7 alumnos y alumnas de segundo. Saluda al
bedel con un gesto de la mano y una sonrisa encantadora. Éste le corresponde
sonriéndole a su vez.
En su clase, prepara los
materiales con los que van a trabajar. Enciende el ordenador, la pizarra
digital interactiva y repasa en su cuaderno las actividades que tiene
programadas.
Suena la sirena. Comienza el
bullicio. Voces y pisadas se sienten por doquier. Se abre la puerta del aula de
2ºC, y los alumnos, uno por uno, aguardan en la puerta a que Paloma les dé los
buenos días de una manera un tanto peculiar (y especial). En la pared tienen un
mural con distintos dibujos que deben señalar para que su maestra les salude
con el gesto adecuado y comenzar el día de buen humor (hay un abrazo, un “choca
los 5”, un “chocar de puños” y un apretón de manos). Transcurre el día sin
ningún percance (¡menos mal!). A las 14 horas se marcha el alumnado y a las 15,
el profesorado. Paloma apura el paso pues quiere comprar fruta de camino a casa
y la tienda cierra a las 16 horas, va un poco justa de tiempo.
Llega al establecimiento y, como suele
hacer, apunta en la hoja de una libreta que siempre lleva en el bolso, lo que
pretende comprar. La frutera, Emilia, sabe que Paloma es muda (y una gran
cliente) de manera que no se extraña de su forma de actuar y la atiende con la naturalidad
acostumbrada.
Ya en casa, calienta la comida y
espera ansiosa a que Rebeca se levante para comer con ella. Tienen un
importante tema que tratar, siempre motivo de conflicto: las vacaciones de
Semana Santa. Paloma quiere ir a Disneyland París y Rebeca a un balneario, de manera
que toca pactar. Todos los años ocurre lo mismo; por sus distintos (y
complementarios) caracteres, quieren ir a destinos diferentes.
Una vez levantada su mujer comen
y, con el postre y el café delante se miran, amagan ponerse serias, y comienza
la negociación. Se ríen. Toman la determinación de echarlo a suertes, pues no
les gusta discutir. ¡¡Hecho!! Se van a Disneyland. La moneda lanzada al aire
sonrió a Paloma, quien, satisfecha, besa y acaricia delicadamente a su mujer
(por si el lector siente curiosidad, quiero aclarar que Paloma y Rebeca se
comunican mediante el lenguaje de signos).
Como se ha quedado buena tarde, deciden
dar un paseo. Llegan a un parque cercano y caminan de la mano sin importarles
ya, después de tanto tiempo, las miradas indiscretas de los viandantes. Se
paran en el estanque “de los patos” y lo contemplan un instante. Lo justo para
que Paloma coja con cariño la cara de Rebeca y le diga “Te quiero” con las manos…
Transcurre una hora. De vuelta a casa,
pasan delante del cine local. Se miran y sacan un par de entradas para el próximo
pase. Antes de la proyección se toman un café, aún faltan 20 minutos. Compran
un refresco y unas palomitas gigantes para compartir. Disfrutan de la peli al máximo,
el cine es uno de sus pasatiempos favoritos.
Al terminar el film deben regresar,
es tarde para ellas. Una tiene cole al día siguiente y la otra, mañana ajetreada
en el hospital…
Hacen una cena frugal, charlan
animadamente, ven un poco la tele y ya en la cama, se despiden con un beso de
buenas noches y un “hasta mañana”…
Fin
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