No se lo pensó un instante. Aquella mañana recogió lo que
consideraba de valor (básicamente el libro electrónico, cargadores, la tarjeta
de crédito (y la documentación), el móvil, algo de ropa), lo metió todo en una mochila
a modo de moderno hatillo y se lanzó al mundo.
Por primera vez en mucho tiempo, quiso comérselo. No sintió
miedo ni se creyó engullida por la enorme ciudad en la que a diario se perdía
con todo el respeto que le originaban sus grandes avenidas, sus marcados horarios,
su laberíntica estructura.
La incipiente locura (¿o tal vez cordura?) que la aquejaba, parecía
liberarla. No tenía condicionamiento alguno. Lo dejó todo atrás sin importarle
lo más mínimo.
Con paso cada vez más decidido, caminaba a toda prisa sin
destino previsto. Quería soltar lastre, alejarse de allí. Tomó todo el aire que
le permitían sus pulmones y echó a correr. Erráticamente. Sintiéndose viva. Notando
cómo su pecho comenzaba a fatigarse aquella fría mañana en la que su nariz no
dejaba entrar suficiente oxígeno y optó por abrir la boca para que el caudal
fuese mayor. Extenuada, se paró. Miró en derredor y se encontró en la estación
de tren. Quiso hacer caso a su subconsciente, azar o casualidad, llamadlo como
queráis. Cerró los ojos, apuntó con el dedo índice a la brillante pantalla
llena de letras blancas que tenía frente a ella y al abrirlos, vio cuál sería
su destino.
No sabía el tiempo que había transcurrido, le daba igual. Como si
de un Ulises cualquiera se tratara, emprendía el viaje de regreso a Ítaca, su
hogar por fin la reclamaba. Entretuvo su trayecto escuchando música, leyendo y
echando cabezadas que, momentáneamente le regalaban la tranquilidad de quien
descansa sabiendo que hace lo correcto.
La locomotora aminoró la marcha hasta que se detuvo. Segura de
lo que hacía, emprendió el camino hacia las cercanas montañas. Por el trayecto,
se fue despojando de todo aquello que le molestaba, que le sobraba, que le
hacía daño de una u otra manera.
Acabó asomada a un acantilado y, mirando al infinito recordó
aquella frase que decía Obi-Wan Kenobi,
en Star Wars “¿quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?”
Y sintiéndose a salvo, liviana, ligera… ¡¡LIBRE!!... saltó.
#RetoKi Relato inspirado en la carta del tarot "El loco"...
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