martes, 10 de diciembre de 2019

A new hope


No se lo pensó un instante. Aquella mañana recogió lo que consideraba de valor (básicamente el libro electrónico, cargadores, la tarjeta de crédito (y la documentación), el móvil, algo de ropa), lo metió todo en una mochila a modo de moderno hatillo y se lanzó al mundo.
Por primera vez en mucho tiempo, quiso comérselo. No sintió miedo ni se creyó engullida por la enorme ciudad en la que a diario se perdía con todo el respeto que le originaban sus grandes avenidas, sus marcados horarios, su laberíntica estructura.
La incipiente locura (¿o tal vez cordura?) que la aquejaba, parecía liberarla. No tenía condicionamiento alguno. Lo dejó todo atrás sin importarle lo más mínimo.
Con paso cada vez más decidido, caminaba a toda prisa sin destino previsto. Quería soltar lastre, alejarse de allí. Tomó todo el aire que le permitían sus pulmones y echó a correr. Erráticamente. Sintiéndose viva. Notando cómo su pecho comenzaba a fatigarse aquella fría mañana en la que su nariz no dejaba entrar suficiente oxígeno y optó por abrir la boca para que el caudal fuese mayor. Extenuada, se paró. Miró en derredor y se encontró en la estación de tren. Quiso hacer caso a su subconsciente, azar o casualidad, llamadlo como queráis. Cerró los ojos, apuntó con el dedo índice a la brillante pantalla llena de letras blancas que tenía frente a ella y al abrirlos, vio cuál sería su destino.
No sabía el tiempo que había transcurrido, le daba igual. Como si de un Ulises cualquiera se tratara, emprendía el viaje de regreso a Ítaca, su hogar por fin la reclamaba. Entretuvo su trayecto escuchando música, leyendo y echando cabezadas que, momentáneamente le regalaban la tranquilidad de quien descansa sabiendo que hace lo correcto.
La locomotora aminoró la marcha hasta que se detuvo. Segura de lo que hacía, emprendió el camino hacia las cercanas montañas. Por el trayecto, se fue despojando de todo aquello que le molestaba, que le sobraba, que le hacía daño de una u otra manera.
Acabó asomada a un acantilado y, mirando al infinito recordó aquella frase que  decía Obi-Wan Kenobi, en Star Wars “¿quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?”
Y sintiéndose a salvo, liviana, ligera… ¡¡LIBRE!!... saltó.

#RetoKi Relato inspirado en la carta del tarot "El loco"...


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