- Creíste que esta vez podría ser. Como en tantas ocasiones, pensaste que
esta sería la buena. ¡Serás ilusa! ¡Pobre nefelibata! No tienes otro nombre.
Estúpida, tal vez. Idiota por creer que podrías gustarle a alguien. Bicho raro,
eso es lo que eres. Y compleja. Mucho. Complicada. Lianta....
- Sí. Todo eso es verdad. Pero también buena persona. Puedo asegurarlo.
Desde hace tiempo sé que he nacido para ser la amiga. La mejor. La que se pone
en el lugar del otro aunque luego lo malinterprete todo. La que lo intenta una
y otra vez. La que se fustiga, la que se cree no merecer nada bueno...
- Si es que no escarmientas. Siempre estás igual. ¡No necesitas a
nadie! ¡¿No sabes lo válida que eres?! ¿Te parece poco todo lo que te quieren
tu gente, tus alumnos?
- Ya. Pero tengo la sensación de estar actuando continuamente. Es agotador.
Desde que me levanto me pongo una máscara que se adapta como un guante a mi
interlocutor. Trato de que se sienta cómodo aunque el puzle del que estoy hecha
se desmorone pieza a pieza siendo imposible montarlo. No me concedo tregua.
Todo me lo cuestiono: lo que pienso, lo que hablo, lo que escribo. Todo es
revisado por mi cabeza una y otra vez. Siempre está mal.
- ¿Y por qué, entonces, no te centras en ti y ya?
- Simple y llanamente porque no sé. Jamás he estado sola. Y si alguien se
acerca, me invento una relación maravillosa que no existe hasta que desgasta
tanto al otro que simplemente desaparece. Normal por otra parte. Lo entiendo.
Pero no quita que sufra.
- Y luego está tu obsesión por aprender. MadreMíaDelAmorHermoso...
- Cierto. Las cabezas pensantes y sabias me apasionan. Puedo enamorarme
hasta el tuétano de un buen monólogo. De una buena conversación. De una buena
puesta en escena en la que disfrute como espectadora. Pero siempre será eso.
Una fabulación. Siempre seré lo mismo: una (estúpida) soñadora.
- Venga, va. Tirita y a seguir.
- Dale.