Nunca he tenido buena memoria. Pero hoy al ponerse a llover, he rememorado
mis tiempos del instituto. He abierto la ventana y he dejado que el agua
resbalase por mi cara avivando mis recuerdos… No puedo sino sonreír. A los 16
años, en Asturias, no quería llevar paraguas. Para chula yo. ¡Menuda personaja!
Aún llena de complejos, me creía capaz de comerme el mundo. Hoy, que
prácticamente carezco de ellos, sé que el mundo me ha engullido a mí. Sí, he de
confesarlo, ha podido conmigo.
Cada vez me alejo más de aquella adolescente plagada de
inseguridades, manías que rozaban lo obsesivo y que sin embargo era una líder
nata. En aquel momento no lo veía, solo lo vivía. Ahora, intento pasar
desapercibida. Simplemente intento sonreír a quien me cruzo por la calle. Escucho
a quien me lo pide, echo una mano a todo el que la necesite y ADORO a mis
niños. Sí, con mayúsculas. Son lo único que actualmente me mantiene cuerda. Hoy
estuve jugando con ellos en el recreo. Me tiré al suelo y se me echaron encima
como si de una colchoneta se tratase. Oía sus risas y a mí, se me alegraba el
corazón. No necesito más.
No me malinterpretéis. Miro atrás y no quisiera volver a esa
época, fui una jovencita bastante atormentada (es lo que tiene pensar tanto
sobre tantas cosas). Ahora es más tipo “Mindfullness”. Tengo conciencia plena
de todo y, aunque eso me hace poder regalar tranquilidad y sosiego a quien me
escucha, a mí misma me está generando un cierto desasosiego. Verdaderamente,
creo que es algo químico. Por mi edad las hormonas se están apoderando de mí y
de mi estado de ánimo. Puedo pasar de la más hilarante de las risas al llanto
más desesperado en cosa de 5 minutos… “Cogito ergo sum” que decían los clásicos…
Pues en ello estamos, conociéndonos a nosotros mismos hasta el día en que la
parca venga a por mí (que tarde, por favor, que tarde muuuucho). Ese es otro
tema que me inmoviliza, pero no será hoy cuando lo trate.
Ya escribí el post de hoy…
Hasta mañana…
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