Mujer fuerte como pocas, Anit se fue diluyendo en la vorágine de
la cotidianidad. Se había acostumbrado a la rutina, bueno, más bien, se había
resignado a ella… Ni tan siquiera se molestaba en cambiar su peinado: larga
melena negra al viento. Mirada franca, directa, aunque con cierto atisbo de
tristeza, de recelo… Muchos años de lucha ya no por ella, sino por quienes más
quería. Consagró su vida a ellos, olvidando por completo lo que era tener una existencia
propia… Tampoco le importaba. Esas eran las cartas que le habían repartido y
con las que le tocaba jugar.
De repente un día… el vacío… la mayor de las vacuidades inunda
su alma y se encuentra sola. Sus seres queridos han ido desapareciendo y no
sabe cómo actuar, cómo hablar, si me apuras, ni tan siquiera recuerda cómo sonreír… Olvidó todas las destrezas sociales necesarias para adaptarse a
una sociedad tan corrupta y carente de empatía que nunca entenderá ese
comportamiento abnegado dedicado al prójimo…
Y, simplemente, se fue dejando…
Cada vez pasaba más tiempo entre sus pensamientos e inquietudes
y menos en la conocida como “vida real”. Se la podía ver pasear hablando sola y
asintiendo a personajes inexistentes para cualquiera salvo para ella. Era feliz.
Por una vez, había conseguido el ansiado equilibrio tan largamente buscado. Sencillamente,
había huido de la realidad. Le resultaba insoportable e irrespirable. Escapó
buscando consuelo. Por pura supervivencia.
La que fue niña del vestido azul, que adoraba montar a caballo,
es ahora una mujer rica en experiencias. Oníricas, propias, inexpugnables…
Es una mujer LIBRE.
Gracias, Cris, por ser mi cómplice facilitándome las palabras con las que construir el relato... ¡¡Te quiero!!