miércoles, 13 de octubre de 2021

Paulita o la fuerza del sino

La vida en la aldea discurre en blanco y negro. Un faro de enormes e inquisitivos ojos negros otea el mundo desde el soportal de una casa venida a menos.

Paula María, feliz, abraza a su muñeca y aquel trozo de madera vestido con papel de periódico se deja querer.

Su padre la mira antes de ir a sembrar café para el terrateniente; lamenta no poder invertir ni una sola moneda en juguetes para sus hijos. Se rehace, no hay cabida para lamentaciones, es un lujo que no puede permitirse; solo mirar hacia adelante.

La niña sonríe, siempre lo hace. La pequeña, con su visión de luminosos colores, diseña y decora la realidad a su antojo, cual impresionista hace con su cuadro. No solo disfruta con "Nene", a la que en ese momento abriga para que no coja frío, sino que también idea distintos artilugios para sus cuatro hermanos.

Aracelis, la mayor, piensa que desde que tiene uso de razón, Paulita se ha aislado del mundo inventando uno propio. Más amable, utópico, sin tantas diferencias ni pesadumbres.

El fotógrafo aparece por la puerta trasera de la casa. Por azar. ¿O tal vez no? Lo cierto es que no consigue apartar la mirada de aquella pequeña. Solo un disparo hizo falta, tal era la fuerza de aquella imagen.

Más adelante, el "Autor de sentimientos" llegó a decir: "Cuando vi a esta niña, me convencí que debía consagrar mi trabajo a una revolución que transformara las desigualdades".

Volvería a por Paula María tiempo después: la llevaría a la Habana a hacerle más retratos, entrevistas, a pasear por la playa. La chiquitina se sentiría enormemente especial.

Se fue joven, con tan solo 22 años; siempre conservó "la muñeca de palo" en casa. Le ayudaba a relativizar, a recordar cada instante vivido en su justa medida.

Alberto Korda le cambió la vida, aunque solo fuera en su mentalidad. Y es que, pese a todo, no eran buenos tiempos aquellos en Cuba, en aquella aldea, en donde la vida aún discurre en blanco y negro.

Foto de Alberto Korda