jueves, 26 de marzo de 2020

No way


Dejarme ir. No espero hoy nada más de mi escritura. Me he sentado frente al teclado y he dejado que sea él quien me guíe. Veremos lo que sale. Imagino que un simple desahogo a las 3 de la mañana. Con la ventana abierta. El corazón cerrado y las esperanzas mermadas. Decimotercer día sin salir de casa. El viernes pasado fui a comprar con más miedo que vergüenza. Con ganas de dar las gracias a las personas que trabajan en el supermercado pero saliéndome un escueto agradecimiento cuando volvía para casa.
¡¡Qué tiempos estos en que la vida te cambia en un segundo!! De plano a plano. Un simple comentario, cualquier mención que te suene rara, son suficientes para que la cabeza empiece a dar vueltas y te vuelvas loca con las más disparatadas elucubraciones. Y lloras, y te ríes y maldices… y todo te parece una puta pesadilla que no has pedido que suceda.
Os aseguro que todo esto del confinamiento parece un puto mal sueño del que de un momento a otro espero despertar.
No.
Un día más.
Un día menos.
Arengas en ocasiones que rayan lo increíble nos acompañan por doquier. Yo también las suelto. Pero ahora mismo, de madrugada y con enorme pena atenazando mi alma y mi garganta, no sé qué pensar.
Me puede el desaliento, el desánimo. Creo que, como leí un día de estos, la tierra se está  reseteando.
Vale.
Lo entiendo.
Lo comparto, si me apuras, pero…
¿Tenía que ser puto así?
He deseado marcharme en más de una, de dos ocasiones. Descansar por fin de esta mierda que nos rodea y que no comprendo. Esta animadversión por quien tenemos delante. Por quien nos tiende una mano. Por quien solo pretende cuidarnos…
No puedo más.
Ciertamente me puede el desánimo.
Hoy no medité.
Ni ayer.
Se me olvida.
Me siento una zombie en vida.
No way, bro.
No puedo, sé, ni alcanzo a decir más.

viernes, 20 de marzo de 2020

Risas en tiempos de confinamiento



Vengo a hablaros de cómo un día gris y anodino se convirtió en un hermoso atardecer. De esos en que el cielo se viste de colores y no puedes dejar de mirarlo y sonreír. Por alguna razón, Whats ha tenido a bien dejar de mandarme sus notificaciones. Así que de vez en cuando, miro.



Mi amiga del alma, mi hermana Isina, esa persona que sabe de mi vida más que yo misma, la que está siempre; en los buenos y lo más difícil, en los malos momentos; esa que si un día la llamas de noche te abre su casa y te acoge, la que tuviera o no, comparte todo contigo; esa persona por quien no dudaría un instante en regalar mi sangre si la necesitase (y mi vida si valiese algo), me había escrito. No es un buen momento para nadie y nuestra conversación era rara, oscura, melancólica (quizás). Nos despedimos varias veces. Creo que ninguna de las dos estaba dispuesta a marcharse de esa manera. No éramos nosotras. Nos tratábamos cordialmente, sí, pero no se mascaba la cercanía de la que hacemos gala.
De repente, Isina empezó a decir cosas que echaba de menos hacer conmigo. Yo, inevitablemente, empiezo a llorar y le suelto un piropo. Entonces, salió su humor negro, ácido, GENIAL. Se rompió esa pared de cristal que nos separó durante unos minutos y puedo decir que ha sido un ratito inolvidable. Me he reído una “jartá”. Hemos soltado tacos. Hemos sido cariñosas. Hemos sido nosotras mismas. Sin máscaras. Sin ambages. Almas desnudas que se encuentran de nuevo y que se necesitaban para salir adelante. Que se marchitan sin verse.
Hoy, han sido risas, en tiempos de confinamiento.