domingo, 20 de diciembre de 2020

Un duende particular.

 

Rami era un duende distinto, peculiar. Lo sabía prácticamente desde que nació. Aquella nueva normalidad que había traído la pandemia le estaba nublando la razón. Era talludito (rondaba los 47 años, año arriba, año abajo). Espigado, delgado. De cabello azabache siempre peinado de punta, era muy locuaz. Demasiado. Y es que su sobresaliente inteligencia le jugaba malas pasadas. Le daba vueltas a todo aunque, de cara a los demás, lo teñía de chanzas y humor. Se burlaba hasta de su sombra.

Luego, en la soledad de su casa, las tornas cambiaban. Siempre, siempre, siempre, reflexionaba sobre lo acontecido en el día y no podía con ello. La realidad le superaba. Así, para nublar sus sentidos y confundir a su entendimiento, se hizo adicto primero al alcohol y luego a los psicotrópicos que conseguía del galeno de Avitáx, su aldea natal (añadir que entre los duendes no es tan complicado como entre los "humanos comunes" conseguir tales sustancias por nocivas que fueran).

Así pasaban los días, las semanas, los meses y el estado anímico de Rami no mejoraba.

Sucedió entonces que, tras una condienzuda investigación, llegó a sus oídos la existencia de Sairutsa, un destino maravilloso, utópico, en donde la gente vivía en armonía, ajena a los malos rollos, ¡¡sin mascarilla!!. Era la aldea gala soñada.

De manera que emprendió el viaje hacia aquella extraña y fantástica tierra rodeada de roca, verde y montañas. Iba dando palos de ciego por lo que se decidió a hacer un alto en el camino; habría de parar en casa de Noj, apodado "El Fantástico", quien tenía objetos encantados. Entre otros, Rami era conocedor de una brújula mágica que le revelaría la situación exacta de su destino.

Ni corto ni perezoso se plantó en casa del afamado coleccionista y vendedor. Llamó a la puerta y, tras unos instantes, un viejo gnomo barbilampiño acudió al reclamo. Regatearon, ¡vaya si lo hicieron! y tras una acalorada discusión, llegaron a un acuerdo, no exento de una rara premisa: si quería que la brújula funcionase, Rami habría de bailar en la media noche de la próxima luna llena junto a una ninfa del arroyo cercano. La canción, tendría de ser cantada por la fémina deidad.

Y ¡efectivamente!, por más que nuestro protagonista tratase de hacer funcionar el extraordinario artefacto, no era capaz. Resignado, esperó a que llegara la noche señalada, dedicando sus días al estudio de los "caldos" que le proporcionaban las cercanas tabernas, dudando en todo momento si sería capaz de llevar a cabo la misión encomendada. De manera que cuando el crepúsculo vespertino hubo finalizado, se acercó con toda la prudencia (y valor) del que pudo hacer acopio y, desplegando todos sus encantos dialécticos, convenció a una de las ninfas que allí estaban reunidas para que cumpliese la tarea perseguida.

"¡Hecho!" Sonrió para sí, lleno de gozo. Ya en su camastro, comprobó que la brújula funcionaba y que, efectivamente, sabría la ruta que le llevaría hasta su ansiada Sairutsa.

Al alba del día siguiente se puso en marcha. Tras un arduo camino, de cerca de un mes de duración, llegó al Shangri-La añorado. Lo disfrutó. Libó cada sorbo que la existencia le regalaba en aquel paraje. Pero la vida, siempre tan cabrona, hizo que la añoranza hiciera acto de presencia en su corazón, demasiado henchido de felicidad para ignorar tal sentimiento. Así que una mañana recogió su hatillo y sin mirar atrás volvió a su casa. Imperfecta. Infecta. Detestable en muchos momentos, sí. Pero era la suya.




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