Paso el fin de semana con mis padres. Desayunando, mi
madre me dice “mira lo que pone en esta noticia: Jamás tantos
docentes salieron llorando tras una prueba de oposición”.
Me hirvió la sangre.
¿De verdad?
Este año, por x circunstancias no
estudié, no por ello he perdido objetividad. Cuando en el examen leí el
supuesto práctico, lamenté no haber preparado la parte teórica porque, por
primera vez en mucho tiempo, me pareció sencillo. Cuatro preguntas cortas de
teoría aplicada a la práctica pero taaaan básicas, que cualquier docente
debería saberlas. La otra parte, desarrollar un proyecto junto a una iniciativa
común con el resto del colegio: el ajedrez. Ahí empiezan a poner el grito en el
cielo mis compañeros JÓVENES, sobre todo. Lo lamento, pero es así. NADIE te
está pidiendo que les enseñes a jugar, sino que, de manera cooperativa,
trabajemos en la misma dirección que el centro, como suele ocurrir en la
práctica diaria. ¡¡Por fin algo en lo que de verdad demostremos nuestra valía!!
(no voy a detallar qué actividades y acciones podemos realizar, no es el motivo
del post).
Y al final, un broche de oro: una breve
alusión a la “Agenda 2030”. Nuevas quejas. Ahí pienso: “¿Será que los
maestros debemos saber más cosas que las que trae el currículum?”
Ole por quien hizo ese supuesto
práctico. A bote pronto, ha dejado entrever muchas cosas que dejan al
descubierto las carencias de nuestros profesionales.
Ya lo lamento.
Desde hace tiempo tengo la sensación de
que adolecemos de la cultura del sacrificio.
Mucha gente que se presenta por primera
vez a las oposiciones diciendo que jamás lo hará de nuevo. A lo sumo una vez
más. Quieren hacer un examen y currar.
¡Claro! ¡Y yo!
No saben lo difícil que ha sido para los
que tenemos cierta edad, asomar la cabeza en la Escuela Pública. Hace años,
salían 3 plazas para Infantil y las interinidades estaban prácticamente
cerradas. Costaba una vida comenzar a trabajar. Muchas clases particulares,
extraescolares, trayectos acompañando a niños en un autobús escolar tuve que
pasar. Años en una escuela de 0 a 3 años hasta que se presentó la oportunidad
de dar el salto (y agradecida por dejar a una Maestra de Infantil presentarse a
una plaza de formación profesional) para escuchar ahora estos lamentos de
juventud malcriada. No todos, de acuerdo, pero muchos sí.
Me cuentan que en Educación Primaria,
unos padres acompañaban a una niña de veintipocos que se iba a examinar como si
fuera a unas olimpiadas. Arengas, ánimos,... que está muy bien, ojo, pero si
sale mal... Deja que se enfrente ella, adulta, a una situación de estrés, dale
alas y déjala volar. Ha de aprender a gestionarse.
Sé que es un ejemplo burdo y que muchos
de los que me conocéis os lo he contado en más de una ocasión pero lo veo ¡tan
gráfico! Veréis, a mis alumnos de 3, 4 y 5 años, siempre trato de ponerles
retos PARA QUE PIENSEN, borregos ya fabrica la sociedad. Si tenemos la luz
fuera de su alcance, le digo al encargado/a:
- Fulanito, enciende la luz, por favor.
- Profe, no llego.
- Piensa.
...
...
...
- Mmmmm ¿Puedo subirme a una silla?
- Claro. Con cuidado.
Voilà! ¿Sencillo, no? Pues como eso mil
cosas. Como que los padres se enteren en una tutoría, al verlo, que su hijo
sabe ponerse una chaqueta solo.
What? Sí, claro, lleva tiempo. Nos
habrá costado todo un trimestre, pero ahí le tienes, vistiéndose y calzándose
solito. Peques de 4 años llegaron a aprender a atarse los cordones porque si lo
hacían solos, podían descalzarse en clase, que estaban más cómodos. No hay nada
como plantearles retos.
Extrapoladlo a los adultos. Necesitamos:
Más esfuerzo
librepensadores
tolerancia a la frustración
POR FAVOR y GRACIAS