martes, 14 de mayo de 2019

Un día cualquiera

El relato que a continuación os dejo, fue el primer ejercicio del taller literario creado por Gabriel Martín Cuvillas Pérez (@Gamacupe, en Twitter) #TallerLetrasyErroresCompartidos. Aunque dejé el curso, creí “de ley” compartir el texto escrito para la ocasión. Debíamos inventar una historia anclada en el presente de un personaje mudo. Espero que os guste…
Un día cualquiera.
Es lunes. Como ocurre a diario, al sonar el despertador, Paloma abre unos ojos legañosos, revisa los mensajes del móvil, se despereza y se levanta, con desgana, de la cama.
Va al baño, se lava la cara (tratando de terminar de espabilarse) y desayuna. Afronta el comienzo de semana de una manera un tanto extraña. Por un lado, se muere de ganas de ver a sus pequeños (es maestra de vocación y disfruta sobremanera de su trabajo), pero por otro lado, sabe que el trimestre llega a su fin y las evaluaciones la van a tener más entretenida de lo que piensa. Odia la burocracia. Mucho. No entiende cómo solicitan tanto y tanto papeleo cuando en la vida escolar diaria lo que de verdad necesitan los pequeños no es tanta letra sino más apoyos tecnológicos y humanos. En fin… no queda más remedio que lidiar con aquéllo, de manera que se lava los dientes, se peina, se pinta los labios con un simple protector labial y adorna con algo de rímel sus ojos, pensando así, que no se verán demasiado sus incipientes ojeras.
Nuestra protagonista roza el medio siglo. Es morena (de tez y cabello), con ojos grandes color avellana y cansada mirada vivaz. Mide cerca del metro setenta y, para la edad que tiene, se puede considerar que está en forma. Vive con su mujer, Rebeca, en una pequeña ciudad costera y en una perpetua luna de miel. Se adoran.
Mira el reloj con nerviosismo. Pese a dejar las cosas preparadas para ir a la escuela desde la noche anterior, siempre acaba acelerada por entretenerse con nimiedades. Hoy fue sacar el lavavajillas para que Rebeca no tenga que hacerlo al llegar de su guardia nocturna en el hospital. Es médico. Le deja preparada una bonita nota en la mesa de la cocina, junto a la taza de desayuno favorita de su mujer y se va a trabajar.
Bajando en el ascensor, se encuentra con Isabel, su vecina del cuarto. Le sonríe y ante la pregunta de ésta acerca de cómo está, Paloma levanta el pulgar en señal de “todo está ok” y sonríe de nuevo, en agradecimiento.
Se dirige al parking, sito en la acera frente a su casa y, ya en el coche, pone su música favorita a todo volumen esperando despertarse del todo.
Llega al colegio. Es un centro público ordinario, con un aula específica para mudos. Se trata de un proyecto pionero que están probando este curso escolar; hasta la fecha, los resultados son francamente positivos. Es tutora de un grupo de 7 alumnos y alumnas de segundo. Saluda al bedel con un gesto de la mano y una sonrisa encantadora. Éste le corresponde sonriéndole a su vez.
En su clase, prepara los materiales con los que van a trabajar. Enciende el ordenador, la pizarra digital interactiva y repasa en su cuaderno las actividades que tiene programadas.
Suena la sirena. Comienza el bullicio. Voces y pisadas se sienten por doquier. Se abre la puerta del aula de 2ºC, y los alumnos, uno por uno, aguardan en la puerta a que Paloma les dé los buenos días de una manera un tanto peculiar (y especial). En la pared tienen un mural con distintos dibujos que deben señalar para que su maestra les salude con el gesto adecuado y comenzar el día de buen humor (hay un abrazo, un “choca los 5”, un “chocar de puños” y un apretón de manos). Transcurre el día sin ningún percance (¡menos mal!). A las 14 horas se marcha el alumnado y a las 15, el profesorado. Paloma apura el paso pues quiere comprar fruta de camino a casa y la tienda cierra a las 16 horas, va un poco justa de tiempo.
Llega al establecimiento y, como suele hacer, apunta en la hoja de una libreta que siempre lleva en el bolso, lo que pretende comprar. La frutera, Emilia, sabe que Paloma es muda (y una gran cliente) de manera que no se extraña de su forma de actuar y la atiende con la naturalidad acostumbrada.
Ya en casa, calienta la comida y espera ansiosa a que Rebeca se levante para comer con ella. Tienen un importante tema que tratar, siempre motivo de conflicto: las vacaciones de Semana Santa. Paloma quiere ir a Disneyland París y Rebeca a un balneario, de manera que toca pactar. Todos los años ocurre lo mismo; por sus distintos (y complementarios) caracteres, quieren ir a destinos diferentes.
Una vez levantada su mujer comen y, con el postre y el café delante se miran, amagan ponerse serias, y comienza la negociación. Se ríen. Toman la determinación de echarlo a suertes, pues no les gusta discutir. ¡¡Hecho!! Se van a Disneyland. La moneda lanzada al aire sonrió a Paloma, quien, satisfecha, besa y acaricia delicadamente a su mujer (por si el lector siente curiosidad, quiero aclarar que Paloma y Rebeca se comunican mediante el lenguaje de signos).
Como se ha quedado buena tarde, deciden dar un paseo. Llegan a un parque cercano y caminan de la mano sin importarles ya, después de tanto tiempo, las miradas indiscretas de los viandantes. Se paran en el estanque “de los patos” y lo contemplan un instante. Lo justo para que Paloma coja con cariño la cara de Rebeca y le diga “Te quiero” con las manos…
Transcurre una hora. De vuelta a casa, pasan delante del cine local. Se miran y sacan un par de entradas para el próximo pase. Antes de la proyección se toman un café, aún faltan 20 minutos. Compran un refresco y unas palomitas gigantes para compartir. Disfrutan de la peli al máximo, el cine es uno de sus pasatiempos favoritos.
Al terminar el film deben regresar, es tarde para ellas. Una tiene cole al día siguiente y la otra, mañana ajetreada en el hospital…
Hacen una cena frugal, charlan animadamente, ven un poco la tele y ya en la cama, se despiden con un beso de buenas noches y un “hasta mañana”…
Fin

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