Recuerdo el olor a tierra mojada una estival y lluviosa tarde
salmantina.
Es una de las evocaciones más vívidas que tengo. El cielo,
gris; y yo tras la gran pasionaria que cubre el frente del porche. Empiezan a
caer gotas enormes sobre el empedrado suelo. Cierro los ojos. Aspiro el aroma…
me encanta. Aún hoy, aunque mucho más lejos en el espacio y el tiempo, cuando
llueve me gusta sentir de esa sensación y me transporto de nuevo a aquel
momento, tan breve, tan intenso, tan feliz.
Feliz porque me veo otra vez en aquella etapa infantil en
que no había problema más importante que saber a qué hora me podría bañar en la
piscina, si vendrían mis amigos a buscarme para ir “de aventuras” o de
merendola bajo las encinas…
…Y porque tú estabas con nosotros, abuela. No sabes cuánto
te añoro… aunque tengo que confesarte que ahora estás más cerca de mí que
nunca… lo sabes porque hablo contigo a menudo. Y sé que me escuchas porque me
ayudas desde allá donde estés. Te siento…
Te imagino siempre en la retaguardia, haciéndole creer al
abuelo que él lo gobernaba todo cuando en realidad lo hacías tú… Cómo nos
cuidabas, nos mimabas,… ¡¡cómo nos gritabas y reñías por tus mil y una
manías…!!... ¡¡y cómo las echo ahora en falta!!
Me enseñaste a tejer… Y no sólo con lana… aprendí que la
vida hay que saberla afrontar, dirigir, enderezar,… hay que coger las agujas
con fuerza a la par que con suavidad y hacer el punto correctamente, sin
apretar demasiado pero firme… Al final, si todo ha ido bien, queda la obra
terminada.
Y tú, abuela, la terminaste de un modo impecable.
Te quiero.
Llanera, 14-6-11