jueves, 12 de noviembre de 2020

A dos ruedas

Aquel pelirrojo con cara de pillo era conocido en el pueblo por no despegarse de su BH roja.

No era raro escuchar desde cualquier ventana, a la hora de la siesta un hiiiiiiiiiiiiiiii, seguido de un shhhhhhhhh. ¡¡Efectivamente!! Antonio, derrapando con su bicicleta. "¡Estos jóvenes no respetan nada!" se lamentaba algún que otro vecino, cuando enfadado, no conseguía conciliar el tan ansiado sueño vespertino.

Al pequeño de grandes ojos color tierra no parecían importarle aquellos comentarios. Ajeno a todo y a todos, solo se preocupaba de tener a punto su bici: que estuviese limpia, las ruedas hinchadas y la dinamo en orden por si tenía que hacer uso de ella en alguna de sus nocturnas incursiones a...

- ¡¡Espera, esperaaaaaaa!! No corras tanto, poco a poco o no podremos seguir la historia. Pon orden a los acontecimientos, anda...

- ¡¡¡Tienes razón!!! Comenzaré el relato desde el principio.

Antonio era un pequeño de apenas 12 años. Hijo único, de ensortijados cabellos de fuego y pecas, muchas pecas repartidas caprichosamente por todo su cuerpo. Tenía una sonrisa pícara y encantadora. Altura media. Dedicaba sus días (y sus noches) a soñar con sus héroes: Perico Delgado, Miguel Induráin y él, sobre todo él. El que ganó el Campeonato de España de Ciclismo en ruta aquel 24 de junio de 1990: LAUDELINO CUBINO. Antonio creía que su vida estaba de alguna manera unida a la del bejarano. Ambos nacidos un 31 de mayo, recios, potentes escaladores. El pequeño tenía una foto suya colgada en la habitación y todos los días, antes de acercarse al Colegio, la miraba, sonreía y prometía que en algún momento volvería con aquel ansiado trofeo que Lale jamás logró: ganar la etapa de la subida a L'Angliru, la "romperiernas".

Vivía por y para el ciclismo. Aprobaba sin dificultad porque era espabilado. Era suficiente la explicación del maestro para tirar hacia adelante sin esforzarse demasiado y seguir entregado a su pasión.

No perdonaba un solo día de entreno. Daba igual la climatología. Estaba convencido de que, como decía aquel pintor del que no recordaba el nombre, "la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". El entreno, era siempre el mismo: subir por el camino de la cercana montaña del bosque. Es lo que tiene vivir en Asturias, que hay cuestas y pendientes de sobra para ejercitar las piernas.

Así, Chronos se dio prisa por llegar a la veintena de Antonio.

Poco parecía haber cambiado, salvo su complexión y mudar la Escuela por la Uni.

Y una vez más, los destinos de Cubino y nuestro pelirrojo se cruzaron. Como le ocurriera al ciclista profesional, las rodillas de Antonio empezaron a notar la sobrecarga sobrevenida por los años y el esfuerzo prolongado. Llegaron las lesiones. Por más sesiones de fisio a que acudiera, por más que cuidase sus entrenos, por más... NADA conseguía paliar su angustia y con infinita tristeza hubo de bajarse de su fiel compañera para siempre.

El último día que estuvieron juntos, la aparcó en la entrada de su casa; así podía echarle un vistazo cada vez que entraba o salía. Esa visión fue tornándose dolorosa y una punzada en el estómago se situaba simplemente con intuir su sombra, pero no era capaz de desprenderse de ella. "Aún no", se decía.


Ya no era aquella BH de antaño, pero al llegar su cumpleaños, se acercó a un acantilado cercano y la tiró por el barranco. En ese instante, se retrotrajo a su infancia. Al color rojo de su fiel compañera. JAMÁS volvió a ser niño.



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