Aquella mañana Xana había tomado una de las
decisiones más importantes que habría de tomar jamás. No quería seguir
adelante. Le pesaba la vida. Todo se había complicado demasiado. Estaba muy cansada de gritos, peleas, huidas a media noche conduciendo sin rumbo fijo. Buscando
cobijo en la playa, mirando al horizonte, sintiendo frío como consuelo y tirita
para el alma.
Volver a casa para sentirse NADA.
Y vuelta a empezar.
Gritos, peleas… huidas.
Dormir con algo apoyado en la puerta para
que avisara si abría.
Vestidos morados en su piel la adornaban de
vez en cuando. Tropezones… (disculpaba)…
Avergonzada de haber caído en tal agujero
negro, no quería que nadie se enterara (por mil y una razones).
Vivía atemorizada.
Así, se mimetizaba con el papel, creyendo
que iba a rescatarla de alguna manera de sus miserias. Un día, llenó la hoja en blanco
de garabatos y letras que creyó serían sanadoras y que ayudarían a entender (en
parte) por qué lo hizo. Sería su último gesto de amor para con ellos. No quería
que se sintieran culpables de su desgracia. Con esa nota, pretendía descargar a quien quería de cualquier atisbo de culpa.
Se echó en la cama. Se puso música en los
auriculares. Pausadamente, se fue tomando poco a poco las pastillas.
Se durmió con una sonrisa…